lunes, 27 de abril de 2015

LA EDAD ANTIGUA


(Esta entrada es muy extensa, intentad leerla, sino os da tiempo al menos echarle un vistazo a los vídeos y pinchad en el primer enlace)

lA EDAD ANTIGUA EN LA PENINSULA IBÉRICA  ————

Organización en la edad antigua de la población





                                  La sociedad en la edad Moderna (pincha en el título)


La mayor parte de los conocimientos que tenemos acerca de los pueblos de la antigüedad ha llegado hasta nosotros a través de las obras de escritores griegos y romanos de épocas posteriores.Algunos de los más importantes son HERODOTO que está considerado como el primer historiador, que narró la geografía y las costumbres de los griegos; y POLIBIO que escribió una historia universal y nos acercó a la época de mayor esplendor del imperio romano y su expansión por el Mar Mediterráneo.En España, o mejor dicho, en la Península Ibérica (ya que no seríamos España hasta el año 1492 d,c.) la edad antigua está marcada por la presencia de numerosos pueblos a lo largo y ancho de toda la península, cada uno de ellos de procedencia diferente y con costumbres muy distintas.Los pueblos que comenzaron con esta etapa de la Historia de la Península Ibérica eran los Celtas, los Íberos, y algunos pueblos que vinieron a colonizar nuestra tierra; tales como los Fenicios, los Griegos y los Cartagineses. Vamos a conocerlos:
LOS CELTAS



Como el resto de Europa, España y el resto de la península Iberia también serán lugar de asentamiento de los pueblos celtas, su asentamiento se efectúa en varia oleadas y se realiza en casi toda la península, solo el sur y la zona mas mediterránea (donde habitan los Iberos) estará aparentemente al margen de esta cultura.


LOS ÍBEROS

Los íberos fue como llamaron los antiguos escritores griegos a las gentes del levante y sur de la Península Ibérica para distinguirlos de los pueblos del interior, cuya cultura y costumbres eran diferentes.
A pesar de que estos pueblos compartían ciertas características comunes, no eran un grupo único ya que se diferenciaban en muchos aspectos. No se sabe con certeza el origen de los iberos, aunque la teoría más extendida es que llegaron a la Península Ibérica en el periodo Neolítico, (entre 5.000 y 3.000 años antes de Cristo).
La mayoría de los estudiosos que adoptan esta teoría se apoyan en evidencias arqueológicas, estimando que los iberos procedían de las regiones mediterráneas situadas más al este.
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CELTÍBEROS

Se conocen como celtíberos a una cultura de mestizaje que se dio en la Península Ibérica entre los Celtas del norte y los Íberos del levante. La mayor parte de los pueblos que ocupaban el centro de la península justo antes de la conquista romana pertenecían a esta cultura. En realidad, son los celtas los que invaden la península y se instalan sobre un sustrato íbero, transformando su cultura.
Los Celtas habitaban gran parte de la Península (aunque ya sabemos que no eran un único pueblo, sino multitud de pueblos, tribus, etc que compartían características sobre religión, costumbres y organización); mientras que los Íberos vivían en la zona del levante español.
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Con el paso del tiempo, hubo una zona entre ambos grupos que donde las relaciones entre ambos grupos fueron mayor y dio lugar a nuevos grupos que integraban a individuos de ambos grupos
Con el paso de los años, estos dos grandes grupos se unieron en uno solo formando los CELTÍBEROS.
LOS PUEBLOS COLONIZADORES

Además de los CELTAS y de los ÍBEROS, a la Península Ibérica llegaron pueblos atraídos por la riqueza de minerales que existía en nuestra tierra, especialmente Oro y Plata.
Eran pueblos de comerciantes, como los FENICIOS y los GRIEGOS, así como otros pueblos que deseaban expandir su imperio como los CARTAGINESES (que en realidad era un pueblo conquistador) que llegaron a nuestras costas para crear ciudades y mercados.

LOS FENICIOS

Los Fenicios eran un pueblo de comerciantes y su lugar de origen es Oriente Próximo, cerca de Siria, Líbano e Israel, que se movieron por todo el Mar Mediterráneo estableciendo COLONIAS (o ciudades) donde se asentaban para facilitar el comercio con lo pueblos de la zona.
Llegaron a la Península y fundaron las ciudades de Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñecar), etc.Gadir es el principal centro comercial, junto con Cartago (en el norte de África).
Las colonias fenicias eran ciudades estado, independientes entre sí y dominadas por la oligarquía de mercantil. Las relaciones con los indígenas fueron intensas, por lo que hubo una gran mezcla cultural. No hay noticias de grandes revueltas ni guerras.
Al ser un pueblo de comerciantes, y que viajaban mucho, tuvieron contacto con las grandes civilizaciones de la época, y ellos también aportaron mucho a los pueblos donde llegaban.
Muestra de ello es la muestra de su alfabeto, de sus monedas, etc.


LOS GRIEGOS


La civilización griega es conocida como la cuna de la civilización occidental (que es a la pertenecemos nosotros.
Los griegos también fundaron colonias en la Península Ibérica. La colonización comienza hacia el siglo IX adC. Sin embargo, la presencia griega es menos clara que la fenicia. Las fundaciones griegas en la Península Ibérica fueron Rode (Rosas) en el siglo VIII adC., Emporio (Ampurias) hacia el 600 adC. Se supone que fundaron más colonias pero probablemente no fueron más que centros comerciales, más o menos estables, de los que no quedan restos. Rode y Emporio funcionaron como ciudades estado y acuñaron moneda. No es de extrañar que entre las ciudades fenicias y las griegas hubiese un intenso comercio.
El comercio con los indígenas fue del mismo tipo que el que tuvieron los fenicios: iban buscando lo mismo, metales, principalmente cobre y estaño , y en menor medida oro y plata. Los metales se cambiaban por tejidos, joyas, adornos, perfumes y cerámica. Pero las colonias griegas de Rode y Emporio tuvieron una mayor vocación de permanencia y de explotar el espacio circundante.

GRIEGOS Y FENICIOS EN HISPANIA

Los griegos y los fenicios crearán colonias por todo el Mediterráneo con el fin de construir una tupida red de rutas comerciales. Estas colonias pondrán en relación los pueblos indígenas con la civilización del Mediterráneo oriental. Pero, los colonizadores sólo crean ciudades en la costa, y no harán incursiones en el interior. Son los indígenas los que buscan esas urbes para mantener relaciones comerciales.
Habrá tres tipos de colonias: las de colonización masiva, en las que vivirán pobladores aún vinculados a su tierra; las colonizaciones en factorías o ciudades costeras, que se crearán en la costa levantina y en Andalucía; y los centros comerciales, temporales y sin carácter urbano, que aparecerán, también, en la costa.
Las ciudades se creaban, siempre que era posible, en una isla cerca de la costa, como Gadir o Se buscaba una defensa fácil, pero también un acceso sencillo a las rutas comerciales. Pero el número de islas cercanas a las costas y con condiciones de habitabilidad es escaso, así que se buscarán lugares con playa y río que proporcionase agua dulce y refugio para las naves, a ser posible con una colina cercana.
El intercambio comercial es muy intenso, no en vano las colonias son, ante todo, centros comerciales. Los colonizadores buscaban, sobre todo, metales, principalmente cobre y estaño, y en menor medida oro y plata. Estos metales se cambiaban por tejidos, joyas, adornos, perfumes y cerámica.. También se potenció la actividad industrial, como las salazones y la orfebrería, y el comercio agrícola, pues los colonizadores también tenía que comer. La pesca fue introducida por los fenicios, que conocían los métodos de explotación del mar.

LOS CARTAGINESES

La presencia cartaginesa en la Península Ibérica está estrechamente relacionada con la presencia de los fenicios en distintos enclaves costeros de la Península Ibérica, los más conocidos son los del Sur de España y el noroeste de África: Sexi, Gadir, Abdera…
Tras la batalla de Alalia (hacia 537 a. C.) la mayor parte de la costa mediterránea peninsular y las Baleares (especialmente las Pitiusas) quedan bajo la influencia de Cartago.
Los cartagineses querían conquistar territorios para aumentar su poder en el Mediterráneo; pero los romanos no estaban dispuestos a permitírselo. Por ello los romanos y los cartagineses se enfrentaron en guerras interminables hasta que al final los romanos vencieron y expulsaron a los cartagineses de la Península Ibérica.Más tarde, los romanos se dieron cuenta de la riqueza que atesoraba la península Ibérica y mandaron sus ejércitos a conquistarla.
La península Ibérica fue durante muchos años lugar de encuentro de muchos pueblos, que tuvieron relaciones de amistad o de guerra, fue lugar de comercio y de grandes imperios. Todo esto forjó el posterior destino de nuestra tierra.

LA HISPANIA ROMANA.

Se conoce como Conquista de Hispania al periodo histórico comprendido entre el desembarco romano en Ampurias (218 a. C.)y la conclusión de la conquista romana de la Península Ibérica por César Augusto (19 a. C.) así como a los hechos históricos que conforman dicho periodo.
Entre los siglos VIII y VII a. C., los fenicios (y posteriormente los cartagineses) ya llegado a la parte sur de la Península Ibérica y en la zona de levante, Se asentaron a lo largo de estas franjas costeras en un gran número de instalaciones comerciales que distribuían por el mediterráneo los minerales y otros recursos de la Península Iberica.
Estas instalaciones, consistentes en poco más que almacenes y embarcaderos permitían no sólo la exportación, sino también la introducción enla Península de productos elaborados en el Mediterráneo oriental, lo que tuvo el efecto secundario de la adopción por parte de las culturas autóctonas peninsulares de ciertos aspectos de las culturas orientales
También sobre el siglo VII a. C., los griegos establecerían sus primeras colonias en la costa norte del Mediterráneo peninsular procedentes de Massalia (Marsella), fundando ciudades como Emporion (Ampurias) o Rhode (Rosas), aunque al mismo tiempo fueron diseminando por todo el litoral centros de comercio, pero éstos sin carácter poblacional. Parte del peso comercial griego, sin embargo, era llevado a cabo por los fenicios, que comerciaban en la Península con artículos de y con destino a Grecia.
Como potencia comercial en el Mediterráneo occidental, Cartago ampliaba sus intereses hasta la isla de Sicilia y el sur de Italia, lo que pronto resultó muy molesto para el poder que estaba surgiendo desde Roma. Finalmente, este conflicto de intereses económicos (ya que no territoriales, puesto que Cartago no se había demostrado como una potencia invasora) desembocaron en las llamadas Guerras Púnicas
A pesar de haberse impuesto sobre la potencia rival del Mediterráneo, Roma aún tardaría dos siglos en dominar por completo la Península Ibérica, ganándose con su política expansionista la enemistad de la práctica totalidad de los pueblos del interior. Se considera que los abusos a los que estos pueblos fueron sometidos desde el principio fueron en gran parte culpables del fuerte sentimiento antirromano de estas naciones.

LA INVASIÓN ROMANA
Roma envió a Hispania tropas al mando de dos de los generales más importantes de la época pertenecientes a la familia ESCIPIÓN. Cneo Escipión fue el primero que llegó a Hispania, mientras su hermano Publio se desviaba hacia Massalia con el fin de recabar apoyos y tratar de cortar el avance cartaginés.
Emporion o Ampurias fue el punto de partida de Roma en la península. Su primera misión fue buscar aliados entre los iberos. Consiguió firmar algunos tratados de alianza con pueblos íberos de la zona costera, pero muy pocos. Entonces los romanos sometieron mediante tratado o por la fuerza la zona costera al Norte del Ebro, incluyendo la ciudad de Tarraco, donde establecieron su cuartel general.

LA GUERRA ENTRE CARTAGO Y ROMA
El primer combate importante entre cartagineses y romanos tuvo lugar) probablemente cerca de Tarraco, Los cartagineses, al mando de Hannon Barca, fueron derrotados por las fuerzas romanas al mando del propio Cneo Escipión. Pero cuando la victoria de Cneo era un hecho, acudió Asdrúbal Barca con refuerzos y dispersó a los romanos, sin derrotarlos
En 217 a. C. la flota de Cneo Escipión venció a la de Asdrúbal Barca en el río Ebro. Poco después llegaron refuerzos procedentes de Italia, al mando de Publio Escipión, y los romanos pudieron avanzar hasta Sagunto.
Los Escipiones contaban en su ejército con un fuerte contingente de mercenarios celtíberos, con varios millares de combatientes. Los celtíberos actuaban frecuentemente como soldados de fortuna.
A los Escipión hay que atribuir la fortificación de Tarraco y el establecimiento de un puerto militar. La muralla de la ciudad se construyó probablemente sobre la anterior muralla íbera.

Los cartagineses, vencieron a Publio Escipión, que resulto muerto. Cneo Escipión hubo de retirarse al desertar los mercenarios celtíberos, a los que Asdrúbal Barca ofreció una suma mayor que la pagada por Roma. Cneo murió durante la retirada, y los cartagineses estaban a punto de pasar el río Ebro pero en el último momento las tropas romanas les rechazaron.
El Senado romano decidió enviar un nuevo ejército al Ebro, para evitar el paso del ejército cartaginés hacia Italia. El mando de este ejército fue confiado a Publio Escipión hijo, hijo del general de igual nombre, muerto en combate en 211 a. C.
Publio Escipión, en un golpe audaz, dejó desguarnecido el Ebro, y atacó Cartago Nova por tierra y mar. La capital púnica peninsular, dotada de una guarnición insuficiente hubo de ceder, y la ciudad quedó ocupada por los romanos. Publio Escipión regresó a Tarraco antes de que Asdrúbal pudiera traspasar las desguarnecidas líneas del Ebro.
Tras esta audaz operación una buena parte de la Hispania Ulterior se sometió a Roma. Publio Escipión supo atraerse a varios caudillos íberos, hasta entonces aliados de los cartagineses.
Pero en el invierno de 209 a 208 a. C., Publio Escipión avanzó hacia el Sur, y chocó con el ejército de Asdrúbal Barca y no logró impedir que los cartagineses siguieran el avance hacia el Norte con la mayor parte de sus tropas. Asdrúbal llegó a los pasos occidentales pirenaicos.
Así pues, se sabe que Asdrúbal cruzó los Pirineos a través del país de los vascones. Probablemente trataría de concertar una alianza con éstos, aunque en cualquier caso, los vascones carecían de medios para oponerse al avance cartaginés. Asdrúbal acampó en el Sur de las Galias, y después paso a Italia (209 a. C.).
En 207 a. C., reorganizados los cartagineses y con refuerzos procedentes de África pudieron recobrar la mayor parte del Sur de la península. Pero poco después las fuerzas cartaginesas fueron derrotadas por el ejército romano .
Una enfermedad de Publio Escipión fue aprovechada por una unidad del ejército para amotinarse en demanda de sueldos atrasados, y esto, a su vez, fue aprovechado los soldados de las tribus ibéricas para rebelarse, al mando de sus caudillos. Publio Escipión apaciguó el motín y puso un final sangriento a la revuelta de los iberos.
Los cartagineses tuvieron que abandonar Gades con todos sus barcos y sus tropas para acudir a Italia en apoyo de Aníbal, y tras la salida de estas fuerzas, Roma quedó dueña de todo el Sur de Hispania.
Roma dominaba ahora desde los Pirineos al Algarve, siguiendo la costa. El dominio romano alcanzaba hasta Huesca, y desde allí hacia el Sur hasta el Ebro y por el Este hasta el mar.
Tras años de cruentas guerras, los pueblos autóctonos de Hispania fueron finalmente aplastados por el rodillo militar y cultural romano, desapareciendo en este proceso de choque cultural, aunque no sin antes dejar el indeleble ejemplo de la resistencia feroz ante un enemigo muy superior.

Conquista y asedio de Numancia


Numancia es el nombre de una desaparecida población celtíbera situada sobre el Cerro de la Muela, en Garray, a 7 km. al norte de la actual ciudad de Soria, España.
En el año 153 a. C. tiene el primer conflicto grave con Roma, al dejar entrar en la ciudad a unos fugitivos de la tribu de los bellos, procedentes de la ciudad de Segeda (actualmente sus restos están situados entre Mara y Belmonte de Gracián [Zaragoza]).
Los numantinos, al mando de Caro de Segeda, consiguen derrotar a un ejército de 30.000 hombres mandados por el cónsul Quinto Fulvio Nobilior, pero hubo que lamentar que su jefe, Caro, muriera en la batalla.
Tras veinte años repeliendo los continuos e insistentes ataques romanos, en el año 133 a. C., el senado romano confiere a Publio Cornelio Escipión Emiliano El Africano Menor la labor de destruir Numancia, a la que finalmente pone sitio, levantando un cerco de 9 km. apoyado por torres, fosos, empalizadas, etc.
Tras 13 meses de hambrunas, enfermedades y tras agotarse sus víveres, los numantinos deciden poner fin a su situación. Algunos de ellos se entregan en condición de esclavos al ejército de Publio Cornelio Escipión Emiliano, mientras que la gran mayoría de los numantinos decidieron suicidarse, prevaleciendo su condición de libertad frente a la esclavitud de Roma.
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El sometimiento de los pueblos de la península al Imperio romano tenía sus excepciones. Pueblos como los arévacos, vacceos, tittos, bellos o lusitanos opusieron una heroica resistencia en una fase intermedia de la conquista, y ciudades como Numancia y Termancia (Tiermes) llegaron a mandar a Roma embajadas para tratar con el Senado romano.
El cónsul Quinto Cecilio Metelo Macedónico, que había conquistado y sometido gran parte de la península, ocupó gran parte de las ciudades de los arévacos, vacceos y pelendones, pero se le resistieron Numancia y Termancia.
Fue sustituido por Quinto Pompeyo Aulo, quien llegó celoso de la gloria de Servilio Cepión por poner término a la insurrección acaudillada por Viriato. Pero fracasó rotundamente al intentar someter a las dos ciudades celtíberas.
El año 153 a. C., los habitantes de Segeda, capital de los Belos, cuyo nombre en celtíbero era Sekaiza, dilataba el envío de soldados para servir en el ejército romano, se negaba a pagar impuestos al tiempo que ampliaba las fortificaciones, iniciando la construcción de una nueva muralla.
El Senado mandó al cónsul Fulvio Nobilior con un numeroso ejército de 30.000 soldados; el hecho de que se empleara un contingente tan grande hace pensar que se buscaba un objetivo más importante que el de castigar a la pequeña ciudad.
La llegada de este gran ejército obligó a los segedenses a abandonar sus casas y sus pertenencias y a refugiarse en territorio de los arévacos, a los que pidieron que mediaran en el conflicto, lo cual no dio ningún resultado.
Así, los arévacos se aliaron con los segedenses y, con el caudillo segedense Caro como jefe, se enfrentaron a las tropas romanas, derrotándolas y ocasionando más de 6.000 bajas entre los romanos, pero también la muerte del mismo Caro.
En aquel entonces, Numancia contaba con una sólida muralla de protección y con un ejército de unos 20.000 soldados a pie y 5.000 jinetes, cifra que fue descendiendo a medida que las Guerras Celtíberas avanzaban (8.000 en el 143 a. C. y 4.000 en el 137 a. C.), debido a que Roma fue controlando más territorios y, por tanto, existían menos posibilidades de reclutar defensores en las regiones contiguas. Fulvio Nobilior empezó entonces el asedio a la ciudad, para lo que levantó un campamento.
Al poco el rey númida Masinisa, aliado de Roma, le envió refuerzos, entre los que destacaban 10 elefantes, lo que hizo que Nobilior iniciara el ataque a la ciudad.
Parecía que los elefantes iban a ser una fuerza determinante, ya que los numantinos no los habían visto antes y mostraban pánico, pero la caída de una enorme piedra hirió a uno de los elefantes, que enloqueció y cargó contra los atacantes romanos. El desorden que se generó fue tal que los celtíberos aprovecharon la ocasión para atacar a los sitiadores y matar a unos 4.000 romanos.


Llegado de Roma el General Metelo; mostró un talante moderado, lo que llevó a los numantinos a negociar una paz que, a cambio de rehenes, ropa, caballos y armas, les convertiría en amigos y aliados de Roma. Sin embargo, el día en que debía ratificarse el acuerdo se negaron a entregar las armas.
La ruptura del pacto enfadó enormemente a Roma, que consideró que la osadía de este pequeño reducto en los límites occidentales del Imperio no podía ni debía ser tolerada, ya que se había convertido en una prueba para el prestigio militar romano.
El 141 a. C. se nombro cónsul a Quinto Pompeyo Aulo, rival político de Metelo, que no destacó precisamente por su labor militar, ya que tras un año de campaña lo único que había conseguido era estrellarse contra las murallas de Numancia y Termancia.
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Reconstrucción de las murallas de Numancia

Tras él nombraron otro cónsul, quien atacó en 139 a. C. Numancia, pero tras ser derrotado decidió saquear los campos de cereales de los vacceos para justificar su actividad militar. La ineptitud militar llegó a su punto más alto con Cayo Hostilio Mancino en el 138 a. C., quien atacó a Numancia con más de 20.000 hombres, y al retirarse fue rodeado por los numantinos, menos de 4.000, y tuvo que capitular para salvar su vida y la de los soldados.
Los numantinos se limitaron a desarmar al ejército romano a cambio de la paz. Fue llamado a Roma con los embajadores numantinos que, como nación bárbara, acampaban a las afueras de la ciudad.
Como castigo, fue humillado por los propios romanos ante las murallas numantinas siendo ofrecido a los numantinos para que hicieran con él lo que quisieran: lo dejaron desnudo con las manos atadas a la espalda, en una ceremonia increíble teniendo en cuenta la enorme desigualdad de fuerzas entre ambos ejércitos.
La suerte corrida por Mancino hizo que los siguientes tres cónsules romanos, Marco Emilio Lépido Porcina 137 a. C., Lucio Furio Filón 136 a. C. y Quinto Calpurnio Pisón 135 a. C., no se atrevieran a atacar Numancia.
Estos 18 años de lucha con concesiones y dilaciones contribuyeron a que quedara finalmente como uno de los baluartes hostiles a Roma.
En octubre del 134 a. C., Escipión tomó posiciones enfrente de Numancia a la que no dio opción de pelear. Cauto y sagaz, Escipión concibió el plan de guerra de reducir, cercar y sitiar a los numantinos, hasta que faltos de fuerza se rindieran.
Así, para quitarles apoyo y favor de otros pueblos, se dirigió primeramente contra los vácceos a quienes los numantinos compraban víveres, arrasó sus campos, recogió lo que pudo para la manutención de sus tropas y amontonando lo demás, le prendió fuego.
Comoquiera que los pallantinos de Complanio hostilizaran a los forrajeadores romanos, mandó para rechazarlos a Rutilio Rufo, tribuno entonces y escritor de estos hechos, dice Apiano; y cubriendo la retirada el mismo Escipión, pudo salvarlo con su caballería.
Comenzó un cerco estricto, construyendo primero fosos, empalizadas y terraplenes para proteger a sus soldados, además de levantar un muro de 9 km, de ocho pies de ancho y diez de alto, con torres a un plethron (30,85 m) de distancia unas de otras, que rodeaban la ciudad y que estaba vigilado por siete campamentos.
Las torres contaban con catapultas, ballestas y otras máquinas; aprovisionó las almenas de piedras y dardos, y en el muro se instalaron arqueros y honderos. También utilizó un sistema de señales, muy desarrollado para la época, que permitía trasladar tropas a cualquier lugar que pudiera estar en peligro.
Igualmente hizo otro foso por encima del primero y lo fortificó con estacas, y no pudiendo echar un puente sobre el río Duero, por donde los sitiados recibían tropas y víveres, levantó dos fuertes y atando unas vigas largas con maromas, desde el uno al otro, las tendió sobre la anchura del río… “En estas vigas, añade el historiador, había clavado espesos chuzos y saetas, las cuales, dando vueltas siempre con la corriente, a nadie dejaban pasar, ni a nado, ni buceando, ni en barco, sin ser visto.”
En total contaba con más de 60.000 soldados, entre los que figuraban gentes del país, más los arqueros y honderos correspondientes a doce elefantes (que actuaban como torres móviles) que trajo Yugurta, contra apenas 2.500 numantinos sitiados.
Destinó la mitad de las fuerzas para guardar el muro, preparó 20.000 hombres para las salidas que fueren necesarias y dejó de reserva otros 10.000. Dio Escipión el mando de un campamento a su hermano Máximo y él tomó el otro, y todos los días y noches recorría por sí mismo la circunferencia con que tenía cercada la ciudad; siendo él, en concepto de Apiano, el primero que tal hizo con gentes que no rehusaban la pelea.
Con estos datos históricos y haciendo aplicación de ellos en un concienzudo estudio topográfico del terreno que rodea el cerro de Numancia, el profesor de Historia Adolf Schulten, de la Universidad de Erlangen, Alemania, logró descubrir en cinco años los restos de dichas fortificaciones y los siete campamentos o fuertes de Apiano, presentándolos al Instituto Arqueológico de Berlín (1880).
La primera conclusión que sacó de sus descubrimientos es que los campamentos de Escipión no fueron obras de barro y madera como los construidos por César ante Alesia en la Galia, sino construcciones de piedra como las del tiempo del Imperio.
El más importante de estos campamentos y también el que ocupa la posición más eminente es el de Peña Redonda, que está en un alto, en el avance de una sierra, al sudeste del cerro de Numancia, separado de él por el riachuelo Merdancho.
Siguen por el Este las fortificaciones de Peñas Altas, consistentes principalmente en una ancha muralla, que posiblemente unió con una torre cuadrada de gruesa fábrica, lo cual es verosímil que sirviera para instalar una catapulta, que por lo próxima a Numancia debió hacerle mucho daño.
Al pie de ésta, en una pequeña meseta llamada Saledilla, halló el Dr. Schulten huellas del incendio de la ciudad, de donde se deduce que debió existir un arrabal de la misma, que solo dista 150 m del baluarte de la catapulta.
Siguiendo hacia el NE, desde Peñas Altas se encuentra otra eminencia, Valdevortón, donde un antiguo canal de desagüe indicó al explorador la existencia de un campamento, cuyos escasos restos pudo encontrar.
Según Apiano, sólo Retógenes el Caraunio, con algunos compañeros y algo de caballería, pudo burlar este cerco para pedir ayuda a las ciudades vecinas, de las que únicamente Lutia se mostró dispuesta a socorrer a la ciudad, lo que acarreó una terrible venganza de Escipión sobre los lutiakos.
Tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida por el hambre, en el verano del 133 a. C. Sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse. Incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos. Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos.
Escipión regresó a Roma y allí celebró su triunfo desfilando por las calles con cincuenta de los numantinos capturados. Para entonces, Numancia ya se había convertido en leyenda.
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LA ORGANIZACIÓN DE HISPANIA
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Desde 197 a. C. la parte de la Península Ibérica sometida a Roma quedó dividida en dos provincias: la Citerior, al Norte (la futura Tarraconense, con Tarraco por capital, lo que hoy es Tarragona), y la Ulterior (al Sur), con capital en Córdoba. El gobierno de estas dos provincias correspondería a dos procónsules (llamados también pretores o propretores) bianuales (lo que a menudo resultará incumplido).
Pero los habitantes de las ciudades sometidas por la fuerza no eran casi nunca súbditos tributarios: Cuando ofrecían resistencia y eran derrotados eran vendidos como esclavos. Cuando se sometían antes de su derrota total, eran incluidos como ciudadanos de su ciudad pero sin derecho de ciudadanía romana.
Cuando las ciudades se sometían libremente, los habitantes tenían la condición de ciudadanos, y la ciudad conservaba su autonomía municipal y a veces la exención de impuestos. Los procónsules (llamados también pretores o propretores), es decir los gobernadores provinciales, tomaron la costumbre de enriquecerse a costa de su gobierno. Los regalos forzados y los abusos eran norma general.
En sus viajes el pretor o procónsul, y otros funcionarios, se hacían hospedar gratuitamente; a veces se hacían requisas. Los pretores imponían suministros de granos a precios bajos, para sus necesidades y las de los funcionarios y familiares, y a veces también para los soldados.
Las quejas eran tan fuertes que el Senado romano, tras oír una embajada de provinciales hispanos, emitió en 171 a. C. unas leyes de control: Los tributos no podrían recaudarse mediante requisas militares; los pagos en cereales eran admisibles pero los pretores no podrían recoger más de un quinto de la cosecha; se prohibía al pretor fijar por sí solo el valor en tasa de los granos; se limitaban las peticiones para sufragar las fiestas populares de Roma; y se mantenía la aportación de contingentes para el ejército.
No obstante, como el enjuiciamiento de los procónsules que habían cometido abusos correspondía al Senado a través del Pretor dela Ciudad, rara vez algún procónsul fue juzgado.

Viriato y la rebelión de Lusitania



La muerte de Viriato por José Madrazo, pintado en 1814.

Probablemente fuera Lusitania la zona de la Península que más tiempo resistió el empuje invasor de Roma. Ya desde el año 155 a. C., el caudillo lusitano «Púnico» efectuó importantes incursiones en la parte de Lusitania dominada por los romanos, terminando con la paz de más de veinte años lograda por el anterior pretor Tiberio Sempronio Graco. Púnico que obtuvo una importante victoria frente a los pretores Manilio y Calpurnio, causándoles alrededor de 6.000 muertos.
Tras la muerte de Púnico, Caisaros tomó el relevo de la lucha contra Roma, venciendo de nuevo a las tropas romanas el año 153 a. C., y arrebatando a éstas sus estandartes, los cuales fueron triunfalmente mostrados al resto de los pueblos ibéricos como muestra de la vulnerabilidad de Roma.
Por entonces, también los vetones y los celtíberos se habían unido a la resistencia, dejando la situación de Roma en Hispania en un estado de suma precariedad. Lusitanos, vetones y celtíberos saqueaban las costas mediterráneas, aunque en lugar de asegurar su posición en la Península, se desplazaron hacia el norte de África.
Es en este año cuando llegan a Hispania los dos nuevos cónsules, Quinto Fulvio Nobilior y Lucio Mummio. La urgencia por restituir el dominio sobre Hispania hizo que los dos cónsules entraran en su cargo con dos meses y medio de anticipación. Los lusitanos desplazados a África fueron derrotados en Okile (actualmente Arcila, en Marruecos) por Mummio, que les forzó a aceptar un tratado de paz.
Por su parte, el cónsul Serbio Sulpicio Galba había sometido a los lusitanos enla Península, muchos de los cuales fueron asesinados.
Nobilior fue sustituido al año siguiente (152 a. C.) por Marco Claudio Marcelo que ya había sido procónsul el 168 a. C. Éste fue a su vez sucedido el año 150 a. C. por Lucio Luculo, que se distinguió por su crueldad y su infamia.
El 147 a. C., un nuevo líder lusitano llamado Viriato vuelve a rebelarse contra el poder de Roma. Huido de las matanza de Galba tres años antes, y reuniendo a las tribus lusitanas de nuevo, Viriato inició una guerra de guerrillas que desgastaba al enemigo, aunque sin presentarle batalla en campo abierto. Condujo numerosas incursiones y llegó incluso a las costas murcianas.
Sus numerosas victorias y la humillación a la que sometió a los romanos le valieron la permanencia durante siglos en la memoria hispánica como el referente heroico de la resistencia sin tregua. Viriato fue asesinado sobre el año 139 a. C. por sus propios lugartenientes, muy probablemente sobornados por Roma.
Con la muerte de Viriato desaparece también la última resistencia organizada de los lusitanos, y Roma continuaría adentrándose en la Lusitania, de lo que es buen testimonio el Bronce de Alcántara, datado en 104 a. C.
La influencia romana en la Península Ibérica
Puente romano de Salamanca, ejemplo de la durabilidad de las obras civiles romanas.
Al tiempo que Roma establecía su dominio sobre la Península Ibérica, también importaba a la misma su particular forma de entender la vida: su economía, su legislación, las infraestructuras que les permitieron crear y conservar un imperio y las manifestaciones artísticas de todo tipo.
De todo ello se conserva hoy un importante legado no sólo arqueológico, sino también cultural, que aún hoy permanece en las lenguas romances habladas en España y Portugal, descendientes directas del latín.

Organización política

Casi desde el primer momento, los romanos organizaron Hispania mediante la subdivisión de ésta en diferentes provincias administrativas bajo el gobierno de pretores que actuaban como virreyes en nombre de Roma. A lo largo del dominio romano sobre Hispania, ésta estuvo dividida en las siguientes provincias:
  • Hispania Ulterior, primera división provincial en la zona sur y oeste de Hispania.
  • Hispania Citerior, primera división provincial en la zona este.
  • Bética, división provincial posterior, en el sur
  • Lusitania, en el oeste peninsular.
  • Tarraconense, en el este.
  • Cartaginense, en el levante.

Las ciudades

El proceso de romanización en la Península se basó fundamentalmente en las ciudades como núcleos exportadores de la nueva cultura. La política urbanizadora comenzó pronto, aunque con fines casi exclusivamente defensivos.
Durante la época republicana las riquezas mineras y agropecuarias de Hispania atrajeron gran número de emigrantes romano-itálicos, sobre todo después de la crisis del siglo II a. C. Éstos, unidos a los soldados establecidos en la Península comenzaron a asentarse en ciudades de estatus jurídico dudoso. Un ejemplo de esta etapa es la ciudad de Carteia.
Con Julio César comenzó un periodo de colonización y municipalización, resolviendo el problema que padecía Italia por la falta de ager publicus, asentó en Hispania a sus soldados fundando nuevas colonias. También concedió la ciudadanía romana a municipios ya existentes, premiando así su fidelidad en la guerra civil que mantuvo con Pompeyo en la Península, por eso la mayoría de ellos se encuentran en la Bética. Augusto continuó la política de César, municipios augusteos son: Osca, Calagurris, Baetulo, Segóbriga, Valeria,[5] Ilerda, Iuliobriga, etc. Vespasiano concedió el derecho latino a todas las ciudades de Hispania.
Las ciudades poseían diferente categoría jurídica; así las colonias y municipios romanos estaban libres de cargas tributarias, las ciudades de derecho latino se encontraban en un escalafón inferior, por debajo de éstas estaban las ciudades peregrinae que carecen de privilegios jurídicos para sus habitantes. En el último lugar se encontraban las stipendiariae, que estaban obligadas a pagar un tributo a Roma, así como a aportar soldados al ejército.

ROMANIZACIÓN DE HISPANIA
Se entiende por romanización de Hispania el proceso por el que la cultura romana se implantó en la Península Ibérica durante el periodo de dominio romano sobre ésta.
Es decir, el proceso que trajo consigo la pérdida de los idiomas indígenas y la sustitución de éstos por el latín, del que más tarde derivarían las lenguas romances.
A lo largo de los siglos de dominio romano sobre las provincias de Hispania, las costumbres, la religión, las leyes y en general el modo de vida de Roma, se impuso con muchísima fuerza en la población indígena, a lo que se sumó una gran cantidad de itálicos y romanos emigrados, formando finalmente la cultura hispano-romana.
La civilización romana, mucho más avanzada y refinada que las anteriores culturas peninsulares, tenía importantes medios para su implantación allá donde los romanos querían asentar su dominio, entre los cuales estaban:
  • La creación de infraestructuras en los territorios bajo gobierno romano, lo que mejoraba tanto las comunicaciones como la capacidad de absorber población de estas zonas.
  • La mejora, en gran parte debido a estas infraestructuras, de la urbanización de las ciudades, impulsada además por servicios públicos utilitarios y de ocio, desconocidos hasta entonces en la península, como acueductos, alcantarillado, termas, teatros, anfiteatros, circos, etc.
  • La creación de colonias de repoblación como recompensa para las tropas licenciadas, así como la creación de latifundios de producción agrícola extensiva, propiedad de familias pudientes que, o bien procedían de Roma y su entorno, o eran familias indígenas que adoptaban con rapidez las costumbres romanas.
La romanización de España comenzó desde la llegada de Roma en 218 a. C., y continuó hasta la conversión oficial de Hispania en parte del Imperio romano en 19 a. C., durante el gobierno de Augusto.
Aunque la escritura ibérica se siguió usando en muchos ámbitos: baste comprobar los grafitos marcados a punzón sobre cerámicas o bien los nombres de las ciudades escritos sobre monedas en ibérico o en latín de modo que, a veces se vuelve al uso del ibérico después de haber acuñado monedas con textos latinos.
Los grafitos sobre esculturas del Cerro de los Santos y del santuario de Torreparedones presentan unas veces textos latinos y otras ibéricos. La latinización no fue igual en toda la Hispania, sino que en la Ulterior fue de forma más acelerada.
Las ciudades que los romanos crearon a lo largo del Imperio, eran consideradas Imágenes de Roma en miniatura. Para emprender cualquier obra a cargo de los fondos públicos era necesario contar con la autorización del emperador. El patriotismo local impulsaba a las ciudades a rivalizar para ver cuál construía más y mejor, animando a los vecinos más pudientes de los municipios. La sed de gloria hacía que sus nombres pasasen a la posteridad asociados a los grandes monumentos.
Las obras públicas acometidas con fondos particulares no estaban sometidas al requerimiento de la autorización del emperador. Los urbanistas decidían el espacio necesario para las casas, plazas y templos estudiando el volumen de agua necesario y el número y anchura de las calles. En la construcción de la ciudad colaboraban soldados, campesinos y sobre todo prisioneros de guerra y esclavos propiedad del estado o de los grandes hombres de negocios

A.- Obras militares

Las obras militares fueron el primer tipo de infraestructuras que construyeron los romanos en Hispania, debido a su enfrentamiento en la península con los cartagineses durante la Segunda Guerra Púnica.

                  .- Campamentos

El campamento romano era el centro principal de la estrategia militar pasiva o activa. Podían ser temporales, establecidos con algún propósito militar inmediato, o concebidos para acantonar a las tropas durante el invierno; en este caso se construían con argamasa y madera.
También podían ser permanentes, con el objeto de someter o controlar una zona a largo plazo, para lo cual se solía utilizar la piedra para construir sus fortificaciones. Muchos campamentos se convirtieron en la práctica en centros estables de población, llegando a convertirse en verdaderas ciudades, como es el caso de León.

                   .- Murallas

Una vez establecida una colonia o un campamento estable, la necesidad de defender estos núcleos conllevaba la construcción de potentes murallas. Los romanos heredaron y aun mejoraron la tradición poliorcética de los griegos, y durante los siglos II y I a. C. erigieron importantes murallas, habitualmente con la técnica del doble paramento de sillares con un relleno interior de mortero, piedras y hormigón romano.
El espesor del paño podía oscilar entre los cuatro hasta incluso los diez metros. Tras el periodo de la pax romana, en que estas defensas eran prescindibles, las invasiones de los pueblos germánicos reactivaron la construcción de murallas.
Son destacables en la actualidad los restos de murallas romanas existentes en Zaragoza, Lugo, León, Tarragona, Astorga, Córdoba, Segóbriga o Barcelona.
B.- OBRAS CIVILES
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Acueducto de Segovia, una de las mayores obras civiles romanas en Hispania.
La civilización romana es conocida como la gran constructora de infraestructuras. Fue la primera civilización que dedicó un esfuerzo serio y decidido por este tipo de obras civiles como base para el asentamiento de sus poblaciones y la conservación de su dominio militar y económico sobre el extenso territorio de su imperio.
Las construcciones más destacadas por su importancia son las calzadas, puentes y acueductos.

Las grandes infraestructuras

Ya fuese dentro o fuera del entorno urbano, estas infraestructuras se convirtieron en vitales para el normal funcionamiento de la ciudad y de su economía, permitiendo el abastecimiento de la misma de aquello que le resultaba más esencial, ya fuera el agua por vía de los acueductos o los suministros de alimentos y bienes a través de la eficiente red de calzadas.
Además, cualquier ciudad de mediana importancia contaba con un sistema de alcantarillado para permitir el drenaje tanto de las aguas residuales como de la lluvia para impedir que ésta se estancara en las calles.
                 .- Calzadas y vías
Dentro de las infraestructuras de uso civil que los romanos construyeron con intensidad durante su dominio en Hispania, destacan por su importancia las calzadas romanas, que vertebraron el territorio peninsular uniendo desde Cádiz hasta los Pirineos y desde Asturias hasta Murcia, cubriendo los litorales mediterráneo y atlántico a través de las conocidas «vías».
Por ellas circulaba un comercio en auge, alentado por la estabilidad política del territorio a lo largo de varios siglos.
De entre estas vías, las más importantes eran:
  • Vía Lata, hoy conocida como Vía de la Plata
  • Vía Augusta, la calzada romana más larga del Imperio Romano en España, con 1500 km y varios tramos.
  • Vía Exterior
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Para señalizar las distancias en estas vías se colocaban los llamados miliarios, que en forma de columna O de grandes piedras, marcaban la distancia desde el punto de origen de la vía en miles de pasos (millas).
Actualmente la mayor parte del recorrido de estas vías se corresponde con el trazado de las actuales carreteras nacionales o autopistas de los actuales estados de España y Portugal, lo que confirma el acierto romano en la elección óptima del trazado de las mismas.
                  .- Puentes
Los puentes romanos, complemento indispensable de las calzadas, permitían a éstas salvar los obstáculos que suponían los ríos, que en el caso de la Península Ibérica pueden llegar a ser muy anchos.
Ante este desafío que la geografía presentaba a Roma, ésta respondió con las que tal vez sean las más duraderas y fiables de sus construcciones. Aunque también se construyeron una gran cantidad de puentes de madera sobre los cauces menores, hoy conocemos por «puente romano» a las construcciones de piedra.
Puente romano de Córdoba.
El típico puente romano está formado por una plataforma sostenida por arcos de medio punto, de semicírculos o de segmentos de círculos.
Se dan también casos de puentes sobre círculos completos. Estos arcos o segmentos de arcos reciben el nombre de «ojos». Los pilares sobre el agua incluyen unas construcciones en forma de cuña llamados «tajamares» para reconducir la corriente de agua.
Maqueta de la construcción de los pilares de un puente romano.
Sobre estos arcos se sitúa la plataforma sobre la que finalmente se podrá circular. Esta plataforma forma dos rampas cuyas rasantes se encuentran en el centro, aunque en los puentes más largos el drenaje es hacia ambos lados del puente.
Este exitoso modelo de construcción se extendió hasta entrada la Edad Media, y hoy es difícil saber en algunos casos si algunos puentes son realmente romanos o construcciones posteriores que siguieron el mismo patrón.
                       .- Acueductos
Un núcleo urbano importante precisaba ante todo un aporte de agua constante que permitiera el abastecimiento de miles de personas concentradas en un mismo lugar que podía encontrarse en ocasiones a varios kilómetros de distancia de las fuentes naturales de agua, sí.
Para conseguir este flujo continuo de agua se construyeron los acueductos.
Acueducto de las Ferreras situado en las afueras de la ciudad romana de Tarraco.
El acueducto romano era, a pesar de lo que pudiera parecer, subterráneo en su mayor parte. Sin embargo, hoy conocemos como acueducto a las obras monumentales edificadas para salvar los obstáculos geográficos con el fin de dar continuidad a dichos cauces.
La esbeltez de este tipo de construcciones, junto a la tremenda altura alcanzada por algunas de ellas, las convierten en las más bellas obras de la ingeniería civil de todos los tiempos, sobre todo teniendo en cuenta las dificultades salvadas para la construcción de las mismas.
Para la construcción de un acueducto, se buscaba en primer lugar la fuente del agua, canalizando un cauce natural mediante la construcción de un canal, y dejando que la pendiente del terreno llevara el agua a través de este canal hasta un lago artificial (una vez construida la represa para almacenar agua en el mismo si fuese necesario). Esto garantizaba el aporte constante de agua durante todo el año.
Esquema de un sifón.
A partir de este punto, el agua podía ser transportada por canales, ya fueran de piedra, de tubería de cerámica o de plomo. Esta última solución provocaría no pocos problemas de salud en el mundo romano de envenenamiento por plomo (saturnismo), problema que se extendería casi hasta la actualidad en algunos lugares donde este tipo de canalizaciones se ha usado en abundancia.
La conducción de plomo, más cómoda de trabajar, se usaba más en la red de distribución urbana debido a su elevado precio, aunque también se usaba en los sifones, cuyo mecanismo se explica más adelante.
Maqueta del acueducto de Segovia.
De esta forma, el agua procedente del lago artificial era transportada por un canal subterráneo hasta el núcleo urbano, casi siempre aprovechando la pendiente del terreno, aunque en ocasiones también se construían sifones, que permitían salvar una pendiente descendente sin necesidad de construir los famosos puentes pero conservando la presión del caudal.
En el sifón se aprovecha la presión resultante de la caída del agua para elevarla al otro lado, conservando esta presión a costa de perder algo del caudal. Se trata de una aplicación del principio de los vasos comunicantes.
Destacan por su estado de conservación, en primer lugar el acueducto de Segovia, que es la construcción romana más famosa de la Península Ibérica, seguido por el acueducto de Tarragona o «Pont del Diable», y también los restos del acueducto de Mérida, conocido como el «Acueducto de los Milagros».

Las infraestructuras urbanas

Dentro del entorno urbano destacan las termas y alcantarillados; y también son remarcables las construcciones destinadas al ocio y la cultura, como los teatros, circos y anfiteatros.
Termas
Esquema de una terma sobre los restos de las termas de Azaila (Teruel).
La cultura romana rendía culto al cuerpo, y por consiguiente, a la higiene del mismo. Las termas o baños públicos se convirtieron en lugares de reunión de personas de toda condición social, y su uso era fomentado por las autoridades, que en ocasiones sufragaron sus gastos haciendo el acceso a las mismas gratuito para la población.
Aunque hombres y mujeres compartían en ocasiones los mismos espacios, las horas de baño eran diferentes para unos y otros: las mujeres acudían por la mañana mientras los hombres lo hacían al atardecer. En aquellas que disponían de secciones separadas para hombres y mujeres, al área destinada a éstas se le daba el nombre de «balnea».
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Piscina de las termas de Caesaraugusta.
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En la Península Ibérica existe una gran diversidad arqueológica de este tipo de edificios, destacando por su estado de conservación las termas de Alange, cerca de Mérida, que tras varios procesos de reforma a lo largo de los siglos XVIII y XIX, hoy se encuentran abiertas al público como parte de un balneario de aguas medicinales.
La terma romana tiene una estructura definida por su función, tal como se puede ver en la imagen esquemática de Azaila. El «apodyterium» era, además de la entrada a la terma, la zona de vestuario de la misma.
A continuación se pasaba a otra sala llamada «tepidarium», que consistía en una sala templada que a su vez daba paso al «frigidarium» o al «caldearium», salas de agua fría o caliente respectivamente. La sala caldearium se orientaba al sur para recibir de este modo la mayor cantidad posible de luz solar. Bajo el suelo de esta sala se hacía pasar una serie de tuberías por donde circulaba agua caliente. El frigidarium, sin embargo, solía ser una piscina abierta de agua fría.
Por regla general, las termas se rodeaban de jardines y otros edificios accesorios con servicios para los visitantes como gimnasios, bibliotecas u otros lugares de reunión («laconium»), todo ello con el propósito de proporcionar a los clientes un ambiente agradable y tonificante.
Estas termas precisaban de gran cantidad de personal para su funcionamiento, sobre todo teniendo en cuenta la necesidad de grandes cantidades de agua caliente y para atender adecuadamente a los clientes.
                  .- Alcantarillado
Los romanos comprendieron desde el principio de su auge como civilización que una ciudad debía tener un sistema eficiente de eliminación de desechos para poder crecer.
Para ello construyeron en la todas las ciudades de cierta importancia los conocidos sistemas de alcantarillado que aún hoy siguen cumpliendo su función original.
En Mérida, por ejemplo, el alcantarillado romano se ha usado hasta hace pocos años, y su trazado sirve todavía como referencia para conocer cómo era la antigua ciudad romana. En otras ciudades como León (inicialmente fundada como un campamento de la Legión VII Gemina) se conservan vestigios de estas infraestructuras, y en Itálica sirven como ejemplo al visitante en los días lluviosos de la perfección del sistema de drenaje de las calles para evitar su encharcamiento.
                  .- El teatro
La literatura clásica, tanto griega como romana, está repleta de grandes dramas escritos expresamente para su representación ante el público, y aunque en realidad, el teatro romano tiene su origen en las raíces etruscas de su cultura, no es menos cierto que muy pronto adoptó las características de la tragedia y la comedia griegas.
Teatro de Clunia.
El teatro era una de las actividades de ocio favoritas de la población hispano-romana, y al igual que con otras edificaciones de interés público, ninguna ciudad que pudiera recibir tal nombre se privaba de poseer uno.
Tal es así que el teatro de Augusta Emerita fue construido prácticamente al mismo tiempo que el resto de la ciudad por el cónsul Marco Agripa, yerno del emperador Octavio Augusto. En total se conservan restos de al menos trece teatros romanos en toda la Península.
El teatro romano no tenía como principal actividad las representaciones de comedias o dramas, ya que realmente era un edificio dedicado a celebraciones que ensalzaban al emperador se trata por tanto, de un lugar más bien político, no de ocio, aunque en alguna ocasión podrían haber albergado éste tipo de prepresentaciones culturales.
La amplia profusión de teatros en Hispania tiene que ver con la vida política de las ciudades, ya que todas las ciudades aspiran a tener su teatro propio.
El mayor ejemplo es el de Emérita Augusta (Mérida) cuyo programa iconográfico de la scaena representa a Augusto y su familia, al igual que las estatuas procedentes de las salas posteriores a la scaena, salas en las que se colocan estatuas de Tiberio junto a Augusto, exponiendo ya quién iba a sucederle.
El primer teatro monumental (en piedra) en Roma fue el de Pompeyo, en cuyo graderío, en lo alto, situó un templo a la diosa Venus Vincitrix, y en el pórtico que se sitúa detrás de la scaena, entre diferentes salas, construyó justo en el eje con el centro de la scaena y el templo de la diosa, una sala presidida por una colosal estatuta de sí mismo. En ese lugar podía reunirse el Senado romano, bajo su estatua.
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Restos del antiguo teatro romano de Cesaraugusta, en la moderna Zaragoza. Construido con opus caementicium se puede apreciar una de sus vomitorias.
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Un ejemplo de que el teatro romano era un edificio para celebraciones políticas, lo tenemos en el teatro de Itálica (Santiponce, Sevilla), en cuyo proscaenium apareció una inscripción en la que dos duoviri y pontifices primi creati (alcaldes y pontífices máximos) que dedicaban a la ciudad una mejora del teatro, casualmente, uno de ellos era antepasado del emperador Trajano.
En Roma, y en Itálica también, era muy corriente el fenómeno del “evergetismo”, a través del cual los cargos políticos se conseguían o asentaban haciendo obras públicas pagadas del bolsillo de los aspirantes a los cargos públicos.
Sería una explicación muy simple el creer que dos alcaldes remodelarían un edificio dedicado al ocio simplemente, cuando dentro de las aspiraciones de la familia de Trajano era llegar a lo más alto en la vida política de Roma, como más tarde se consiguió.
Otros ejemplos los tenemos en la ciudad de Baelo Claudia (Bolonia, Cádiz), una ciudad que tiene un imponente teatro romano, dentro del amurallamiento, ocupando un enorme espacio. Su construcción dentro de una ciudad en la que apenas se han encontrado casas dentro, hace pensar en la importancia del edificio, de carácter civil, para llevar a cabo las representaciones políticas para el emperador.
Ya que una ciudad que apenas tiene población, se cree que vivían en los alrededores dispersos, que tenga un teatro de tales magnitudes, no es más que para albergar a muchas personas no sólo procedentes de la ciudad misma, sino de todo su territorio o municipium en las ceremonias civiles.
El teatro como edificio es singular en muchos aspectos. Principalmente se compone de un graderío semicircular llamado «cávea» que rodea a un espacio central destinado a los coros («orchestra»), y frente a éste se emplaza el escenario, rematado por el «frons scaenae». Tras este escenario se sitúan las zonas destinadas a los actores («postcaenium»). La entrada y salida de espectadores se hace a través de unos túneles de acceso llamados «vomitorios».
Sin lugar a dudas, el teatro mejor conservado en la Península es el de Mérida, aunque también los teatros de Itálica, Sagunto, Clunia, Caesaraugusta (hoy Zaragoza ) y otros forman parte del tesoro arqueológico, y algunos de ellos acogen incluso festivales de teatro regularmente, por lo que puede considerarse que aún cumplen la función para la que fueron edificados, en algunos casos más de dos mil años atrás.
En los años noventa se descubrió el teatro romano de Cartagena, quizás el mejor conservado de toda Hispania, y en la actualidad en proceso de restauración.
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Teatro romano de Mérida.
         .- Anfiteatros
Anfiteatro de Tarragona.
La cultura romana poseía unos valores respecto a la vida humana muy diferentes de los que hoy imperan en Europa y, en general, en el mundo. El sistema esclavista, que hacía posible que un hombre perdiera su condición de «hombre libre» por diversos motivos (delitos, deudas, capturas militares, etc.), y por lo tanto se viera privado de todos sus derechos, propiciaba un nuevo espectáculo que aunque hoy sería denostado como salvaje y brutal, en aquella época constituía uno de los atractivos más poderosos de la vida urbana: la lucha de gladiadores.
No sólo los esclavos participaban en este tipo de luchas (si bien la inmensa mayoría de los gladiadores lo eran), sino que también había quien hacía carrera como gladiador por dinero, favores o gloria. Incluso algún emperador se atrevió en ocasiones a bajar a la arena para practicar este sangriento «deporte», como en el caso de Cómodo.
Foso del anfiteatro de Itálica.
Los espectáculos de lucha tenían lugar en un principio en el circo, pero posteriormente se inició la construcción de los anfiteatros, edificios de planta elíptica destinados exclusivamente a la lucha.
El primer anfiteatro en piedra se edificó en Roma, siendo posteriormente exportado a las principales ciudades de todo el imperio. Bajo la arena de este anfiteatro se encontraba el foso, donde gladiadores y fieras eran preparados o permanecían encerrados hasta la hora de la lucha.
Este foso se encontraba cubierto por un techado de madera sobre el cual se encontraba el escenario de las luchas. Alrededor de esta superficie de arena elíptica se encontraban los graderíos donde el público asistía a los «juegos».
Estos anfiteatros serían asimismo testigos a partir del siglo I de nuestra era de la brutal represión que en algunas épocas se ejerció contra la creciente población cristiana por parte de las autoridades romanas.
Indudablemente, es el Coliseo de Roma el anfiteatro más conocido y monumental del mundo, aunque dentro de Hispania se edificaron varios cuyos restos aún se conservan, como los de Itálica, Jerez, Tarragona o Mérida.

La transformación de las sociedades prerromanas

No se puede considerar este aspecto de la romanización de Hispania como un bloque unitario, ya que la influencia romana fue recorriendo progresivamente la Península en un prolongado periodo de dos siglos
Además, los pueblos prerromanos tenían un carácter muy diferente según su localización geográfica. Así, las zonas previamente bajo influencia griega fueron fácilmente asimiladas, mientras aquellos que se enfrentaron a la dominación romana tuvieron un periodo de asimilación cultural mucho más prolongado.
Teatro romano de Segóbriga.
En este proceso las culturas prerromanas perdieron su lengua y sus costumbres ancestrales, a excepción del idioma euskera, que sobrevivió en las laderas occidentales de los Pirineos donde la influencia romana no fue tan intensa.
La cultura romana se extendía conjuntamente con los intereses comerciales de Roma, demorándose en llegar a aquellos lugares de menor importancia estratégica para la economía del Imperio.
De este modo, la costa mediterránea, habitada antes de la llegada de los romanos por pueblos de origen íbero, ilergeta y turdetano entre otros (pueblos que ya habían tenido un intenso contacto con el comercio griego y fenicio), adoptó con relativa rapidez el modo de vida romano.
Las primeras ciudades romanas se fundarían en estos territorios, como Tarraco en el noreste o Itálica en el sur, en pleno periodo de enfrentamiento con Cartago. Desde ellas se expandiría la cultura romana por los territorios que las circundaban.
Sin embargo, otros pueblos peninsulares no resultaron tan predispuestos al abandono de sus respectivas culturas, especialmente en el interior, donde la cultura celtíbera estaba bien asentada.
El principal motivo para este rechazo fue la resistencia armada que estos pueblos presentaron a lo largo de la conquista romana, con episodios como Numancia o la rebelión de Viriato . (que ya hemos visto)
Existía por lo tanto una fuerte predisposición al rechazo de las formas culturales romanas que perduraría hasta la conquista efectiva del territorio peninsular por las legiones de Augusto, ya en el año 19 a. C.
En cualquier caso, la cultura celtíbera no sobrevivió al impacto cultural una vez que Roma se asentó de forma definitiva en sus territorios, y el centro de Hispania pasaría a formar parte del entramado económico y humano del Imperio.
Indudablemente, la civilización romana era mucho más refinada que la de los pobladores de la Hispania prerromana, lo cual favorecía su adopción por estos pueblos. Roma padecía además despreciaba a las culturas foráneas, a las cuales denominaba en general «bárbaras», por lo que cualquier relación fluida con la metrópoli pasaba por imitar el modo de vida de ésta.
Por otra parte, para la élite social del periodo anterior no resultó un sacrificio, sino más bien al contrario, convertirse en la nueva élite hispano-romana, pasando del austero modo de vida anterior a disfrutar de las «comodidades» de los servicios de las nuevas «urbis» y de la estabilidad política que el Imperio traía consigo.
Estas élites ocuparon de paso los puestos de gobierno en las nuevas instituciones municipales, convirtiéndose en magistrados e incorporándose a los ejércitos romanos donde se podía medrar políticamente al tiempo que se progresaba en la carrera militar.
Roma impulsó en Hispania la repoblación, repartiendo tierras entre las tropas licenciadas de las legiones que habían participado en la guerra contra Cartago. También muchas familias procedentes de Italia se establecieron en Hispania con el fin de aprovechar las riquezas que ofrecía un nuevo y fértil territorio y de hecho, algunas de las ciudades hispanas poseían el estatus de «colonia», y sus habitantes tenían el derecho a la ciudadanía romana.
No en vano, tres emperadores romanos, Teodosio I, Trajano y Adriano, procedían de Hispania así como los autores Quintiliano, Marcial, Lucano y Séneca.
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LA PRESENCIA DE ROMA EN LA COMUNIDAD DE MADRID
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La sociedad española, y en particular la madrileña, procede de una profunda mezcla de culturas. La civilización romana asentó las bases de lo que es actualmente la Comunidad de Madrid. Sus infraestructuras, su ordenamiento urbanístico y su legado cultural perviven en su forma original o como pautas que han aplicado los urbanistas madrileños de los siglos posteriores por su vigencia y utilidad.
Año 75 antes de Cristo. Tito Livio narra la huida de Quinto Sertorio hacia Valencia ante los ejércitos de Cneo Pompeyo Magno y Quinto Cecilio Metelo. En su explicación cita un asentamiento, posiblemente carpetano, llamado Complutum. Se trata de la primera referencia de importancia de lo que sería un asentamiento romano en la Comunidad de Madrid.

Poco después de esa fecha comenzó la romanización de la zona. La región era un punto estratégico importante dentro de la geografía de la Península Ibérica por su carácter de estación intermedia entre los principales núcleos de población.

Los ingenieros romanos trazaron por allí nexos de comunicación.
El más importante era la vía Augusta Emérita-Caesaraugusta, pero había muchos más: el que recorría Daganzo, Valdetorres y Talamanca siguiendo el Jarama hacia el noroeste; la vía Antonina entre Astorga y Caesaraugusta que pasaba por Galapagar; o la que, ascendiendo por la paramera, iría a la costa levantina atravesando los valles de los ríos Tajuña y Tajo, entre otras.
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Municipio romano
Complutum fue declarado municipio probablemente en el año 74 d.C. acogiéndose a un edicto del emperador Vespasiano.
Posteriormente sería sede episcopal. Se convirtió en punto de encuentro de ciudadanos de todos los lugares del mundo conocido y, por extensión, en un núcleo comercial de importancia dentro de la Hispania romana.
A su alrededor se desarrollaron numerosos pueblos, aldeas, ‘vicus’ y ‘mansio’ que iban de Colmenar Viejo a Guadalajara y de Guadarrama al Tajo. Se conformaba así una radiografía de lo que es hoy la Comunidad de Madrid.
El mundo romano nos ha legado el uso del territorio con el que se ha configurado posteriormente la Comunidad de Madrid. Las civilizaciones posteriores se asentaron y repoblaron la zona basándose en la planificación que realizaron los romanos”,
Algunos de los principales núcleos de población madrileña están precedidos por asentamientos romanos, que en muchos casos utilizaron las aldeas carpetanas con el criterio de urbanización que caracterizó a la civilización del Tíber.
            Germen de ciudades
Este ordenamiento marcó la pauta a visigodos y          árabes. Alcalá de Henares, Boadilla del Monte, San Fernando, Talamanca del Jarama, Leganés, o el cerro de la Gavia en Madrid tuvieron el germen en sus planes.
Hasta la desintegración del Imperio Romano provocó la creación de localidades a partir del siglo V en la zona a pie de sierra a causa de la inseguridad, el abandono de la vida urbana y el cambio de modelo económico que premiaba a la ganadería sobre la agricultura.
También hay infraestructuras de herencia romana que perviven de una manera u otra hoy día. La A-2 (autopista de Barcelona) discurre por una senda muy similar a una de las principales arterias del tráfico que llegaba a Complutum.
Varias vías de la sierra siguen los caminos romanos, los primeros que trataron los desniveles de la zona y las calzadas para hacer accesibles estos puntos de la región. Otro ejemplo, el agua. Algunas redes de alcantarillado actuales siguen el trazado dibujado por los ingenieros itálicos.
Yacimientos
Este desarrollo se ha visto reflejado en los restos que han encontrado los especialistas. La región posee alrededor de 5.000 yacimientos arqueológicos documentados.
Muchos de ellos son romanos o están directamente relacionados con los trabajos que llevaron a cabo: infraestructuras, arquitectura, construcciones funerarias, mosaicos, cerámica, pinturas, bienes muebles…
La Comunidad de Madrid ha desarrollado trabajos de recuperación en muchos de estos yacimientos.
Entre los más recientes (que no los únicos, ya que hay muchos que se encuentran en periodo de recuperación o en tramitación de la misma) ha presentado la última fase de los trabajos desarrollados, en colaboración con el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, en el parque arqueológico de Complutum.
Abierto al público, permite contemplar la casa de Hippolytus, la Villa del Val, las termas o la basílica.
Porcentaje cultural
También ha concluido la primera fase de la calzada de la Fuenfría (construida en la época de Vespasiano), incluida dentro del Plan de Yacimientos Visitables de la Comunidad de Madrid.
Por último, se ha recuperado el puente romano de Talamanca de Jarama
A través de los restos encontrados se puede comprender una época en la que Madrid hablaba latín y, por extensión, dar respuesta en parte a la realidad que viven los madrileños hoy día.
LA CALZADA ROMANA DE CERCEDILLA
Calzada Romana
Está situada en la parte más septentrional del Valle de la Fuenfría, y aunque en la mayor parte de su trazado coincide con la actual carretera. M-966, sobrepuesta a la misma, todavía quedan diversos tramos visibles a lo largo de una longitud de 2,25 km. Aproximadamente.

Estos restos arrancan al poco de pasar el puente de la Venta, en el margen derecho de la carretera frente a la finca Montesclaros, aunque no se hacen reconocibles hasta poco antes de llegar al puente del Descalzo, donde ya pueden apreciarse algunos trechos enlosados que -una vez atravesado- cobran continuidad hasta llegar a las cercanías del Chalé de Peñalara, donde se pierde la pista en el cruce con la vereda forestal para reaparecer poco después, continuando hasta superar el puerto de la Fuenfría en el límite del término municipal, prolongándose aún más allá, en la provincia de Segovia.
Los restos visibles consisten en un camino empedrado muy mal conservado, con una ancho variable -resultado de sucesivas reformas y ampliaciones- entre los 3,5 y los 14 m., y cuya construcción, aunque no presenta las capas superpuestas de las calzadas romanas canónicas (“statumen” de grava seca, “rudus” de hormigón de cal, y “summa crusta” o capa de rodadura formada por losas con la cara superior lisa) está muy cuidadosamente ejecutada, pudiendo parangonarse con la de otras vías de la época estudiadas.
Primero se excavaron las tierras hasta encontrar una capa dura de cimentación sobre la que se preparó un lecho de apoyo formado por arcillas y pequeñas piedras recogidas “in situ”, en el que se asentaron grandes bloques irregulares de granito y “gneiss” – con un espesor medio de 20 cm- formando tres nervios longitudinales: dos laterales y uno central, que a veces se cruzan con otros transversales, rellenándose las bandas y recuadros resultantes con piezas de menor tamaño, igualmente hincadas.
En concordancia con el antiguo trazado de la calzada se levantan cuatro puentes, llamados del Reajo o del Molino, de la Venta, del Descalzo y de En medio- que salvan en sucesivos puntos el río de la Venta.
Puente del Molino o del Reajo
El primero, que es el mayor de todos con un ancho de casi 10 m y una altura desde el cauce del río hasta el antepecho de 15,4 m, está situado en la carretera M-622 procedente de Los Molinos, justo antes de llegar al túnel bajo las vías del ferrocarril.

Consiste en un arco de mampostería vista colocada en seco -con un adovelado formado por grandes lajas irregulares de piedra sin desbastar puestas en cuña- sobre el que apoyan enjutas del mismo material, que actúa a modo de encofrado perdido que se rellena posteriormente con mampostería hormigonada con mortero de cal.
El arco, con una luz de 6,5 m, se apoya en un basamento vertical levemente resaltado, reforzado en las esquinas d la cara oeste -aguas arriba- por sendos contrafuertes de planta semihexagonal que se convierten en triangulares en la parte baja para servir de tajamares.
Estos contrafuertes se repiten en número de seis en la fachada oriental, donde contribuyen a reforzar los estribos del puente, que se prolongan en un muro de excepcional longitud reformado al construirse el túnel bajo la vía férrea en 1917.
Puente del Descalzo
El segundo puente, llamado de la Venta por su proximidad a la desaparecida venta de Santa Catalina, presenta características similares, aunque la altura y la luz son más reducidas, con sólo 5 m, transformando el arco en una bóveda de cañón; pudiendo decirse lo mismo de los puentes restantes, que, gracias a ubicarse en tramos desocupados de la calzada, muestran todavía su firme original en continuidad con el de aquella, ofreciendo asimismo un mejor estado de conservación debido a recientes restauraciones.

Una característica común a todos estos puestos, pero especialmente pronunciada en los del Descalzo, de Enmedio y del Molino, es el esviaje de las bóvedas de soporte, notablemente sesgadas con respecto al río para suavizar los quiebros de la calzada que los cruza oblicuamente.
Durante mucho tiempo los historiadores especularon sobre cuál fue el puerto utilizado por los romanos para atravesar la Sierra: Navacerrada, Guadarrama o la Fuenfría, ya que la descripción del tramo Titulcia-Miacum-Segovia, correspondiente a la vía núm. 24 de Mérida a Zaragoza contenida en el Itinerario Antonino -una recopilación de todas las vías del Imperio realizada en el siglo III bajo el mandato de Diocleciano-, no permitía localizarlo con seguridad.
La aparición en 1910 de un miliario romano -conservado en el Museo Arqueológico Nacional- junto al puente de la Venta, despejó todas las dudas al respecto, aunque planteó una serie de nuevas incógnitas, consistiendo la primera en datar la fecha de construcción inicial de la calzada.
Blázquez dio una solución satisfactoria al descifrar la inscripción casi ilegible del miliario: VSPNL QILV – CIDII D. AUG. TRIB. -C. .VII…., que interpretó como correspondiente al séptimo consulado del reinado de Vespasiano, lo que permite dar la calzada en los años 76-77 del d. I d.C., opinión generalmente admitida, aunque Fita retrasa las obras hasta tiempos de Trajano.
Puente de En medio
Más difícil resulta trazar el recorrido del a misma, puesto que las localidades señaladas en el Itinerario Antonino son de conflictiva ubicación debido a los cambios sufridos por la toponimia desde aquel entonces; sin contar con la existencia de un error precisamente en la descripción correspondiente a este tramo, donde no se corresponde el cómputo de las distancias descritas en el texto con el realmente existente, problema que se ha resuelto tradicionalmente intercalando una “mansio” o venta adicional, que Miguel y Eced sitúa precisamente en Cercedilla, en las cercanías de la ermita de Santa María, por donde pasaba la calzada tras atravesar el puente de Matasnos sobre el río de los Puentes.

Según Blázquez, que estudió la vía directamente sobre el campo a principios de siglo, la calzada, procedente de Miacum -identificado habitualmente como Meaques, en la madrileña Casa de Campo -, pasaba por Las Rozas, Villalba, Collado Villalba, Alpedrete, Guadarrama y Los Molinos antes de entrar en Cercedilla siguiendo la antigua colada de Matasnos, que llega hasta el puente del Reajo anteriormente descrito.
El último problema consiste en la datación de los restos que vemos actualmente, tema tanto más arduo en cuanto que la calzada ha sido usada ininterrumpidamente desde su construcción en el siglo I hasta la apertura del puerto de Navacerrada a finales del s. XVIII.
En este periodo se sucedieron sin cesar las reformas e intervenciones, pues ya desde muy antiguo se adscribieron peones camineros al mantenimiento de la vía, que -como consta expresamente en el Catastro de Ensenada de 1752- corría a cargo de la villa de Cercedilla, encargada de la “composición de caminos para los pasos de las personas reales” y principal interesada en mantener expedito un trayecto que constituía la base de su prosperidad.
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